FNE
LAS HUELLAS.
ESCRITO POR GASTON MUÑOZ (INTERNO)
Con
doce años cumplidos, partí a la ciudad de Talca, para continuar los
estudios, que había iniciado en la escuela de las Señoritas Ramos,
viejas profesoras que cumplían el lema “de la letra con sangre entra” y
más de una vez, había recibido el castigo del puntero en las manos y
casi fui expulsado porque de un solo manotón se lo había quitado,
afortunadamente sin responder a la agresión.
Ese
primer domingo de marzo acompañado de mi madre, habíamos tomado el tren
en Molina y partíamos hacia Talca para ingresar al internado del liceo
de hombres, la locomotora inicio su camino, yo miraba por la ventana y
parecía que me alejaba de toda una vida, mis amigos, mis trabajos de
veranos entre los obreros de la construcción que me habían iniciado en
la escuela de la vida, Ana María, mi pequeño amor clandestino, de besos
escondidos, de rondas en el patio de la escuela, de ese pequeño apretón
de manos cuando bailábamos la niña María, todo quedaba atrás y hacia
adelante la nada como un abismo, sin conocer lo que me esperaba, el
vaivén del tren nos traía a la realidad, mi madre tal vez orgullosa de
este hijo que partía a educarse, para ser distinto al resto de su
familia, sus esperanzas puestas en que su hijo sería distinto, yo sin
saber la responsabilidad que me estaban entregando.
Me
sentía un poco raro, me habían comprado un terno negro, camisa blanca
una corbata que yo encontraba un poco chillona, pero que me la coloque
sin reclamar, me habían comprado una maleta color café, con un
compartimiento secreto que fue lo que más me gusto, allí podría guardar
mis tesoros, por ahora no tenia muchos pero soñaba en que algún día si
tendría por montones, mi viejo me había regalado una billetera de cuero,
me había entregado mi mesada y con eso debería enfrentar la semana que
tenía por delante.
Una
vez que la locomotora se detuvo en la estación de Talca, después de
recorrer 60 minutos por esos campos generosos de la zona central, con
sus viñedos ordenados en hileras, con esos viejos álamos mirando el
cielo, esos campos de arroz llenos de agua, nuestro viaje llego a su
fin, en la estación tomamos un taxi hasta las calles 4 norte y cinco
oriente, allí en ese edificio imponente de dos piso que cubría una
manzana, se levantaba el Liceo de Hombres de Talca, la mitad era el
internado, habían dos edificios que se miraban las caras de tres pisos y
en el medio un gran patio, mi madre me registro y me dieron una cama en
el tercer piso de edifico oriente, mi madre fue autorizada para
acompañarme y hacer mi cama, las sabanas recién planchadas tenían un
olor especial, tal vez a limpio, pero era el conjunto del dormitorio que
entregaba una hermosa fragancia que duraría apenas dos días antes que
todo cambiara de olor y de color. Detrás de la cama un armario para
poner nuestras pertenencia, un buen candado habían escrito en las
instrucciones que nos habían entregados, una vez que todo quedo en
orden, bajamos con mi madre y con un fuerte abrazo, y sus mejores deseos
me quede allí para ver lo que el destino me tenía preparado.
A
las nueve de la noche había que subir a los dormitorios, a las diez se
apagaban las luces y la campana sonaría a las siete de la mañana y a las
siete y media el desayuno, para estar formado a las ocho de la mañana
en nuestras salas, las instrucciones precisas sin apelaciones, yo pasea
por los pasillos sin conocer a nadie, me había peinado con gomina, pero
aún así mis pelos tiesos se notaban, habían grupos los antiguos que
conversaban animadamente de sus vacaciones, para ellos era reiniciar sus
vidas, eran amigos de otros años con miles de historias compartidas, yo
solo por esos corredores saludando con una sonrisa plásticas.
De
pronto un estudiante mayor, un adolescentes de unos quince años, me
tomo del brazo y me dijo “ ven muchacho esta es nuestra sala de cuarto
humanidades” y antes que yo pudiera reaccionar estaba frente a un grupo
de unos diez estudiantes, “ mira dijo el que me había llevado de un ala,
mira este parece que tiene una cabeza de puerco espín, y paso su mano
por mi engominada cabellera, trate de salir pero me impidieron el paso,
todos se reían, podríamos llamarlo Crispín, dijo el mayor, yo tenia
ganas de llorar y salir corriendo, pero no, debía enfrentar este
bochorno, todos eran mayores, una pelea no tenia muchas cara de tener
éxito, “ simpático el Crispín” grito un gordo que estaba sentado en un
banco, mejor llámemelo CRESPO, dijo un flaco que tenia la presencia del
líder, eso gritaron bauticémoslo como crespo y todos se vinieron contra
mi dándome una capotera, en señal de bautizo, desde ese día, hasta salir
del colegio, fui conocido como el crespo González.
El
primer día efectivamente a las siete en punto sonó la campana, yo me
levante rápidamente para ir al baño, lavarse los dientes y ducharse con
agua fría, lo del agua caliente lo supe después era una reivindicación
de todos los años, pero nunca la habían ganado, por ahora no era
problema pero en los meses de invierno la duchas estaban desiertas.
Según
el reglamento a las siete y media debíamos estar en el comedor, con el
buzo, los internos teníamos que usar el llamado overol, ridículo pero
necesario, nos formamos antes de pasear al comedor,
entonces apareció a quien conocería como el semáforo Flores, nombre que
se debía a que uno de sus ojos era café y el otro verde. Vino su sermón
“ Bienvenidos jóvenes alumnos, ustedes
han llegado a un liceo que tiene su historia y su prestigio, y ustedes
deberán seguir con las tradiciones, les vamos a enseñar desde como se
come, como se usan los servicios, para hacer de ustedes hombres que
puedan desempeñarse en sociedad sin hacer el ridículo, bienvenidos
pueden ustedes pasar al comedor”, las filas comenzaron a avanzar, mi
mesa era la seis, la busque con la mirada y en ella ya habían varios
estudiantes, me acerque tímidamente, la tradición decía que los que
estaban en sexto humanidades eran los jefes de mesa, ellos determinaban
los puestos que ocuparían los comensales durante el año de su jefatura,
quienes serían los colaboradores que se sentarían a su diestra y su
siniestra, ellos serían los que repartirían la comida de acuerdo a la
igualdad que ellos determinaran, por supuesto me correspondió ocupar el
lugar más apartado de la cabecera de mesa. Eran las reglas.
A
la ocho en punto estábamos reunidos frente a las puertas del liceo, era
el inicio del año escolar y un acto solemne se llevaba a cabo, la
canción nacional, palabras del rector y partir a las sala para iniciar
la hermosa aventura de estudiar, los externos usaban uniformes y se
reían de nuestros overoles, parecíamos mecánicos y era el símbolo
inequívoco que éramos internos.
Primera
clase era de francés, un viejito amoroso, de una ternura infinita, que a
pesar de su años, quería estar con la tecnología, había llegado con una
gran grabadora con unos enormes carretes de cintas, se presento “Je
suis monsiers Contreras”, después nos hizo escuchar desde su aparato,
pidiendo silencio la marsellesa, es una hermoso himno nacional, ya lo
aprenderemos y conoceremos su letra, ahora quiero que escuchen, esta
hermosa canción, que se llama “ las hojas muertas”, por ahora solo
escuchen esta canción hermosa, escuchen el acento, lo hermoso de sus
letras las descubriremos a medida que avance nuestro curso. A partir de
es e día nunca más olvide ese acento, y lo hermoso de un idioma, que se
convirtió para mi en el idioma del amor. Monsieur Contreras, con su
ternura, nos enseño lo bello de la vida, nos hablo con tanta pasión de
la toma de la bastilla, de los valores de la igualdad, la libertad y la
fraternidad, que se grabaron para siempre en el espíritu de estos
jóvenes aprendices de la vida, que recién comenzaban a caminar por la
vida.
Las
clases terminaban a las doce y media a la 13 horas era el almuerzo,
nuevamente hacer una fila, y nuestro maestro de discursos encendidos,
pasando revista a nuestras manos, “para venir almorzar es necesario
tener las manos limpias”, todos debíamos colocar nuestras manos para ser
examinadas, algunos eran enviados a lavárselas, con las risas y mofas
de los que habían pasado la revisión, yo trataba de sacarles brillo a
mis manos antes de pasar por ese bochorno. Las uñas no pueden tener
luto, deben estar siempre cortas y limpia era el sermón.
En
el comedor, en mi sitio asignado podía ver como nuestros platos eran
más pequeños que de los sentados al lado del jefe de mesa, era parte de
la historia, ustedes algún día serán jefes de mesa y será su turno por
ahora, a respetar las reglas de nuestro internado, la vida era de esa
forma.
Mi
primer gran descubrimiento, fueron las clases del semáforo, profesor de
historia, temido porque en su clase no volaba una mosca, y pobre de
aquel que se permitiera hablar en su clase, era un hombre de contrastes,
porque te sacaba adelante y te hacia una pregunta, “ como se calcula la
velocidad de la luz”, pregunta de cultura general decía, si le gusta
hablar en mi clase, significa que sabe mucho, por tanto si me contesta
bien tendrá un siete, si no lo sabe tendrá un uno en mi clase, algunos
contestaron bien y se ganaron un siete pero nunca mas volverían a hablar
en clase, ese era el semáforo.
A
mi me encantaban sus clases, quería ser profesor de historia,
recorríamos las distintas culturas, valorando lo que habían hechos los
hombre en las distintas épocas, a veces me quedaba pensando en las
civilizaciones antiguas en sus costumbres en su vida cotidiana, lo que
si lamento es que mucho historia antigua, la formación de Europa Las
guerras Napoleónicas, y de nuestros Mayas y Aztecas nada, parecía que
nunca habían existido, su esplendor lo conocería después de viejo. Del
Semáforo Flores lo que más me impresionaba, es que no importaba que
estuviéramos estudiando, los diez últimos minutos de su clase, comenzaba
un discurso encendido, relacionando la materia con lo que sucedía en
nuestro país. Me quedo muy marcado cuando en clase de la edad media, el
semáforo se lanzo con un discurso que me conmovió, “ El señor feudal
cobraba el derecho de pernada, y hoy aquí en Chile, a pesar de los años
pasados de la edad media, el patrón del fundo, como cualquier señor
feudal cobra el derecho de pernada y es cosa que ustedes miren como en
los campos chilenos, encontraran tanto guachos con los ojos de color
verde igual al patrón”, terminaba la clase y yo me quedaba pensando en
mi abuelo en los jóvenes que había conocido y la duda me empezaba a
corroer el alma, si era verdad había conocido jóvenes con ojos azules.
El
acercamiento al verbo lo tuve con nuestro profesor de castellano,
nerudiano de tomo y lomo, El chico Loyola, nos hacia leer poemas en
clase, algunos de la mejor tradición española, otros latinoamericanos,
conocí en esos tiempos, que volverán las oscuras golondrina sus nidos a
anidar, con Neruda recorrimos las alturas de machu-pichu, los veinte
poemas de amor y una canción desesperada, nos hizo pensar soñar, volar
en las palabras de hermosos poemas, o buscar en la profundidad de una
prosa, conocer el quijote, flaco y desgarbado recorrer el mundo cual
hermoso caballero para pelear por los más desposeídos, junto a su fiel
escudero, no importaban las batallas, pero siempre por las causas
justas, su relación con Dulcinea de una ternura infinita.
Pero
en ese momento lo que más me marco fue la historia de otro hombre, Don
Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, guerrero implacable contra los moros,
adorado y despreciado, enviado al exilio, y a pesar de todo fiel a su
causa, consecuente con la lucha cristiana, de noble corazón, que aún
estando agónico en su última batalla, los moros lo creen muerto y
preparan su ofensiva, más se lanzan a galope tendido cuando ven frente a
las tropas españolas, en su caballo blanco al Cid cabalgando como en
sus mejores tiempos, sobre el corcel un hombre amarrado a su caballo ya
sin vida, yo soñaba que también quería ganar batallas después de muerto.
Con
el chico Loyola, aprendimos a ir buscando en la palabra en el verbo, lo
profundo de la vida, encontramos el amor y el desamor, la pasión, el
odio, los sentimientos en cada mirada a la vida, el dolor más profundo
en los versos de un poeta lejano, mirar la vida de una manera distinta,
los ojos del poeta son lámparas de futuro, miradas profundas de la vida,
escribir es comunicar, contar, compartir, los dolores y las esperanzas
de hombres y mujeres, que están en esta maravillosa aventura de vivir.
En
mi mente adolecente quedaron vibrando los poemas más hermosos de amor
que he escuchado, fueron versos que nacieron del alma, y que comenzaron a
caminar por el mundo, sin paternidad reconocida. “Los versos del
capitán”, allí están los dolores, las furias, la pasión, como no ver al
tigre que acecha su presa, que se lanza encima la destruye, y se queda
por toda la eternidad a velar sus huesos. Como
no ser un insecto que recorre esas colinas, y que de pronto se cae a
ese inmenso cráter, a esa rosa de fuego humedecido. Como será posible
que nuestro ojos, permanezcan seco, cuando la carta en el camino, es la
historia de un luchador consecuente, que la espera a cualquier hora, y
que construirá un lecho de rosa para esperarla, y que no quiere que le
digan que la a olvidado, y aunque sea el mismo que se lo diga, porque un
beso estará en su boca, sin jamás despedirse de los suyos, amor,
pasión, lucha, consecuencia, compromiso con su pueblo, palabras que
quedarían resonando en mis oídos para siempre.
Así
fueron pasando los años, el crespo González, fue creciendo y pasando a
ocupar lugares mas cercanos de la cabecera de mesa, en primer año, era
un pequeño líder de los más pequeños, en las tarde sin clases jugaba con
sus compañeros al caballito de bronce, saltando las espalda de los
caballitos, estando en esa posición, vino uno de segundo humanidades y
le pego un gran chuleta el la parte trasera, entonces llego la furia esa
que no le permite ver nada, solo el paño rojo del toro, tomo un poco de
tierra se la lanzo al agresor a los ojos este se llevo las manos a su
cara y entonces yo con toda mí furia descargue patadas y combos que
dejaron a mal traer al grande, quien en un acto de estrema cobardía
partió a la inspectoría para denunciarme, fui castigado por el hecho a
pesar, que yo invocaba legitima defensa, sin embargo nos ganamos el
respeto porque le habíamos pegado a un grande, podíamos entones jugar
tranquilo, porque nadie se atrevía a molestarnos, habíamos construido
una fama que nos acompañaría siempre, éramos de pelea.
Cuando
cursábamos el segundo año, el centro de alumnos tenía elecciones, los
internos que éramos 200 éramos una fuerza importante, y en esos años
todos empezábamos a tener una historia política, queríamos participar de
los tiempos que corrían, más que partidos existía una diferenciación
que tenía que ver con nuestras convicciones religiosas, existía la JEC,
juventud de estudiantes católico y por otra parte la FlECH, la
federación de estudiantes laicos de chile, eran una especie de lucha,
independentista, la separación de la iglesia y el estado.
En el liceo, su plana mayor era laica y una buena parte pertenecía a
la masonería, todo esto le entregaba al liceo un carácter pluralista,
donde la libertad, la solidaridad y la igualdad, eran principios
arraigados en la formación humanista que se entregaba.
La
partía fue dolorosa siete años de estudiar entre esos viejos
murallones, estos nos habían visto crecer, transformarnos en
adolescentes, conocían de nuestras penas de amor, de nuestras
frustraciones, en el teatro del Liceo un día domingo a las 11 de la
mañana, cantamos el himno de la alegría y un canto de adiós resonó con
fuerza en nuestras gargantas y las lágrimas dieron rienda suelta a una
emoción contenida, partíamos al mundo a buscar nuestro destino, pero ese
viejo liceo había dejado ya sus marcas para siempre.
Alejandro Lorca Pradenas